Mi esposo murió en un accidente en una noche lluviosa, dejándome sola para criar a nuestro hijo enfermo. Pero semanas más tarde, un solo mensaje de texto desde su número —solo una palabra, “Hola”— destrozó todo lo que creía saber sobre el dolor, la verdad y el hombre al que una vez amé.
La vida ya me había arrinconado.
Mi hijo, Caleb, sólo tenía cinco años cuando el médico pronunció aquellas horribles palabras: “Es rara, pero tratable. Aunque es costoso” .
Recuerdo que le tomé la manita mientras intentaba no llorar delante de él.
Después de aquel día, todo se convirtió en medicinas, facturas y tiempo.

Tomé todos los turnos que pude encontrar. Trabajo de mañana en la cafetería. Trabajo de tarde limpiando oficinas.
La mayoría de los días estaba tan cansada que olvidaba mi propio nombre. Pero seguí adelante. Porque las madres no pueden parar.
Mark, mi esposo, trabajaba igual de duro. Quizá más. Aceptó trabajos a tres pueblos de distancia, a veces más.
Se iba días enteros, persiguiendo un dinero que nunca parecía alcanzar. Lo echaba de menos, pero lo comprendía. Sólo intentábamos sobrevivir.

Y entonces un día… no volvió a casa.
Dijeron que ocurrió en una carretera lluviosa.
El camión pasó sobre una mancha de aceite, se salió de la carretera y volcó dos veces. Me dijeron que murió rápido.
Supongo que eso debería ser un consuelo.
Pero no lo fue.

Tuve que decirle a Caleb que papá no volvería. Pero él no me creía.
Todos los días preguntaba: “¿Cuándo volverá papá?”.
¿Qué le dices a un niño que no deja de mirar a la puerta, esperando que se abra?
Los días se convirtieron en semanas. Luego meses. Dejé de contar.

Me movía por la vida como si estuviera bajo el agua: pesada, lenta, silenciosa.
Cocinaba. Trabajaba. Lloraba en la ducha.
Entonces, una noche, llegué a casa después de mi segundo turno.
Me dolía la espalda. Tenía los zapatos empapados por la lluvia. Tiré el bolso al sofá y miré el teléfono.

Una llamada perdida de mamá.
Unos cuantos mensajes del trabajo.
Y entonces, un mensaje sobresalió. Se me cortó la respiración.
Era de Mark.

Sólo una palabra.
“Hola”.
Dejé caer el teléfono como si me hubiera quemado.
El corazón me latía con fuerza en los oídos. Me quedé mirando la pantalla, temerosa de volver a agarrarlo.