Durante 20 años recibí flores el mismo día, cuando de repente dejaron de llegar, fui a buscar al hombre que las enviaba — Historia del día

Durante 20 años, un ramo misterioso llegaba el mismo día, sin falta. Sin tarjeta. Sin nombre. Sólo flores de un chico al que apenas conocía. Pero este año no llegaron. Y aquel silencio en la puerta de mi casa me dijo que había llegado el momento de averiguar quién -y por qué- había dejado de hacerlo.

Estábamos bebiendo té en mi cocina, Ethan y yo, el tipo de chico que siempre traía su propio posavasos y lo limpiaba antes de ponerlo en la mesa.

Tenía unos ojos amables y una voz suave, y cuando se reía, parecía más un gesto de cortesía que una carcajada de alegría. Habíamos salido varias veces.

Siempre me abría las puertas y me felicitaba por mis pendientes. No era amor, ni de lejos, pero era… cómodo.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

Aun así, aquella noche no podía quedarme quieta. Mis piernas rebotaban bajo la mesa. No dejaba de mirar la ventana, mi teléfono, la puerta. Ethan se dio cuenta.

Dudé. Luego suspiré y le dije la verdad.

“Más o menos. He recibido flores todos los años en este día durante veinte años seguidos”.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Sora

Alzó las cejas.

“¿Flores? ¿De quién?”.

Me quedé mirando el té.

“Un chico del instituto. No éramos íntimos. Apenas hablábamos, en realidad. Pero el año después de la graduación, me envió flores. Y al año siguiente. Y al siguiente. Siempre diferentes. Siempre bonitas. Nunca una nota”.

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“¿Todos los años?”, preguntó con una sonrisita en los labios.

“Todos los años”, dije, mirándole a los ojos.

Se rio.

“Estás de broma”.

“Muy en serio”.

Se echó hacia atrás.

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“Vale. Apuesto a que hoy no aparecen”.

Sonreí. “De acuerdo”.

Nos dimos la mano, alegremente, como si fuera un juego. Pero las horas pasaban. El cielo se tiñó de rosa, luego de dorado y después de azul oscuro.

Las velas parpadeaban sobre el mostrador, formando largas sombras en la pared. Pero no llamaban a la puerta.

Sentí que algo se me revolvía en el estómago.

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Entonces, por fin, un sonido. Un golpe en la puerta. Me puse en pie de un salto, con el corazón acelerado, oliendo ya a rosas en mi mente.

Pero cuando abrí, era la señora Pruitt, la vecina, que me tendía el pañuelo con una sonrisa amable.

“Pensé que querrías esto antes de que alguien lo pisara”.

La cogí, asentí y le di las gracias.

Detrás de mí, Ethan se rio suavemente.

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