Creía que mi hermana me quería de todo corazón y que siempre estaría a mi lado, pero cuando me engañó con mi prometido, por fin me di cuenta de quién era. Cuando aún estaba aturdida por esa inmensa traición, me exigió que le diera mi vestido de novia, ¡obligándome a mostrar mis verdaderos colores!
¿Alguna vez has sentido que tu vida se convertía en un culebrón? Porque la mía sí. Creía que podía confiar a mi hermana pequeña mi prometido, pero me engañaron juntos. Por suerte, no estaba dispuesta a aceptar su falta de respeto, ¡y así es como le di la vuelta al guion!

Soy Lauren. Tenía 35 años el año pasado, cuando todo se vino abajo, o quizá por fin se juntó. Me había pasado años trabajando como diseñadora independiente, rascando y ahorrando hasta el último céntimo, soñando con una boda que fuera como un cuento de hadas.
No nací con dinero, ni tampoco mi prometido, Tyler. Si quería una boda bonita, tenía que hacerla realidad yo misma. Y así lo hice. Cada sueldo, cada trabajo extra, cada trabajo como autónoma, todo se destinó a ese día.

Diseñé las invitaciones, hice los centros de mesa a mano e incluso negocié con el lugar de celebración y la floristería un descuento del que me sentí orgullosa. Pero la joya de la corona fue el vestido – una obra maestra de color marfil diseñada a medida, con pedrería cosida a mano y una cola vaporosa que me puso la piel de gallina.
Costó 4.000 dólares, ¡dos años de ahorros! ¡Estaba orgullosa de aquel vestido! Cuando me lo puse en la primera prueba, ¡casi lloro! Nunca me había sentido tan guapa como aquel día. No era sólo un vestido, ¡era la prueba de que el trabajo duro y la paciencia daban sus frutos!

Mientras crecía, ella era la que se colaba en mi habitación para pedirme prestado el maquillaje y suplicarme que me pusiera los tacones. A ella le regalé mis viejos vestidos de fiesta, y lloró cuando Tyler le propuso matrimonio, diciendo que yo era su modelo a seguir. Le creí.

La verdad salió a la luz como suelen salir las verdades feas: desordenadamente.
Unas dos semanas antes de la boda, Tyler se dejó el teléfono en la encimera de la cocina cuando salió corriendo a por café. No estaba fisgoneando; zumbó, y su pantalla de bloqueo se iluminó con el nombre de Amanda.
Curiosa, lo vi. El mensaje era un emoticono de corazón y una foto, no del tipo que cabría esperar entre futuros cuñados. Se me revolvió el estómago. En contra de mi buen juicio, abrí el hilo. Retrocediendo meses, ¡lo encontré todo!