Durante mi embarazo, mi esposo cambió. Se burlaba de mi aspecto, ignoraba mi dolor y me hacía sentir inútil. Luego me dejó por otra, pensando que había ganado. Pero lo que él no sabía era que yo tenía mi propio plan. Y cuando llegó el momento, nunca lo vio venir.
El embarazo. Uno de los momentos más hermosos de la vida de una mujer. Eso, por supuesto, si tiene un esposo cariñoso que la apoye en todo momento.

En cuanto a mí, no solo tuve náuseas matutinas constantes durante todos los meses de embarazo, sino también a Arnie, que no se cansaba de recordarme lo mal que había empezado a verme.
Antes de mi embarazo, teníamos una buena relación. Arnie prácticamente me llevaba en brazos.
Me hacía sentir la mujer más querida del mundo, encontrando siempre pequeñas formas de demostrarme su amor.

Cuando decidims tener un hijo, él estaba tan contento como yo, sonriendo de oreja a oreja mientras sostenía la prueba positiva en sus manos.
Pero en cuanto quedé embarazada y mi cuerpo empezó a cambiar, fue como si lo hubieran sustituido por otra persona.
Al principio, sólo eran pequeños comentarios. “Al menos podrías vestirte mejor para tu esposo en vez de andar en pijama todo el día”, murmuró una vez.

No importaba que hubiera pasado todo el día junto al retrete, vomitando al menor olor.
Entonces empezó a quejarse. “Te pasas el día tumbada”, refunfuñó una noche, quitándose los zapatos. “Esta casa es un desastre”.
Me tragué el nudo que tenía en la garganta. “Arnie, me duele la espalda y tengo náuseas todo el tiempo. Apenas puedo estar de pie sin marearme”.

Entonces Arnie empezó a llegar tarde a casa, siempre pegado al teléfono, enviando mensajes a alguien.
Me inquietaba, pero cada vez que le preguntaba, se lo sacudía rápidamente. “Sólo trabajo”, decía.
Una noche, ya estaba embarazada de ocho meses. Tenía la barriga enorme, los pies hinchados y me costaba respirar. Arnie volvió tarde a casa, apestando a perfume de mujer.